Unos cueros me atormentaron esta mañana, desperté del otro lado del patio, últimamente no me extraña, el sol y calor son menos intensos de este lado, el olor que percibí hizo que me levantara, acompañado de ese ruido que los martes y viernes me hace despertar despavorida.
El olor de esos cueros era poco agradable, sin embargo quería acercarme, quería saber. Era un deseo incontrolable. Al principio di un salto, corrí pero algo me detuvo, era eso nuevamente. No han sido semanas, sino meses lo que eso me detiene, me controla, me asfixia. Ya no solamente necesitaba oler, sentía sed y ganas de ir al baño, pero tenía que esperarla a ella… a esa figura andante que cada mañana se acerca a mí, me grita palabras tiernas que no entiendo y calma mi sed. Todos los días la espero y a veces me deja entrar, me quedo en la sala para evitar el calor, sólo si ella lo decide me deja quedar el tiempo suficiente para evitar el clima atroz de fuera.
¡Ahí viene!, más despeinada que otros días y está más dormida que despierta. ¡Apresúrate por favor! Yo grito y muchas veces creo que no me entiende, ella sólo dice eso que no entiendo y que me gusta, ¡por favor apúrate! Siento desespero no sé si más por los cueros o por ella.
¡Ya está! Puedo salir corriendo, por un momento me olvido de ella y luego: un grito, un jalón y de nuevo vuelvo al mismo lugar. Un sermón ya conocido apaga la emoción y la correa vuelve una vez más a la reja.
